Thursday, December 31, 2009

Topografía del amor


¿Y si el amor tuviera una ruta cómo la trazarías? ¿Cuáles serían sus vericuetos? ¿En dónde el punto de partida y en dónde el destino final?
El museo de la inocencia de Orhan Pamuk es la novela más deliciosa que he leído en los últimos tiempos. Si hubiera una sensación humana parecida sería algo así como la sensación que produce el hojaldre mientras se va deshaciendo en la lengua. No es una exageración…
Compré la novela hace un mes, aproximadamente, y no puedo terminarla, y no la termino porque me aterra pensar que después de esa historia ya no me interesará ninguna más. La verdad, me regodeo en la sensación de leer un poquito por la noche y la mañana, y mientras no la leo rememoro lo que he leído, como si fuera una experiencia tan personal, como si estuviera leyendo sobre mí.
De repente, me he sentido profundamente identificada con Kemal el eterno enamorado de Fusun. He sentido que habito el departamento del edificio Compasión, que deambulo por sus corredores y que observo detenidamente las piezas que forman parte del Museo de la Inocencia. De su Museo de la Inocencia.

“Los objetos que nos quedan de los momentos felices guardan con mucha más fidelidad que las personas que nos hicieron vivir esa dicha el placer de su recuerdo, sus colores, sus impresiones táctiles y visuales”


La historia va más o menos así: Kemal tiene una bellísima novia, Sibel. Los dos son turcos que han estudiado fuera de su país y que han regresado a Estambul y están prometidos en matrimonio. Les va bien, la pasan bien, el sexo no es malo y son bastante libres. Tienen dinero, o al menos, Kemal, tiene mucho, y eso, digamos que podría garantizarle ciertas cosas, que en apariencia ya tiene. Pero conoce, o mejor dicho, repara en la existencia de una prima lejana y la convierte, se convierten en amantes durante 42 días, hasta que llega la fecha del compromiso de Kemal.
A partir de este hecho todo el mundo felizmente construido por Kemal y que podría equipararse al de un grupo social, se descoloca. Kemal se compromete con Sibel y no vuelve a ver a Fusun. Ya nada tiene sentido y reconoce que lo que él creyó una simple pasión es otra cosa, algo que desconocía o que por lo menos no siente con la mujer que será, indiscutiblemente, su esposa.
Kemal recorre las calles de Nisantasi buscando rastros que le devuelvan a Fusun, pero no la encuentra, y solamente los objetos y las calles que frecuentaban le dan un poco de sosiego en ese estado que lo embarga, que a ratos parecería que lo destruye o que lo obsesiona.
En un intento de honestidad le cuenta a su novia Sibel su verdad, y ella intenta, por todos los medios, recuperar lo que ha perdido definitivamente.
Mientras el narrador personaje va delineando la ruta posible de Fusun, hay una descripción de los usos sociales de Estambul, de un grupo privilegiado que vive una fiesta perpetua, que de vez en cuando se sorprende con el estallido de una bomba.
Hay saltos de tiempo y finalmente Kemal encuentra a Fusun, por supuesto, no en las condiciones que él espera y es así como un nuevo período de la novela reconstruye esta nueva vida para los dos.
Como mi intención no es contar la historia nuevamente dejo como sugerencia El museo de la inocencia, que es mucho más que una novela de amor, una topografía del amor en los cuerpos, en una ciudad y en la vida.

“De hecho, quizá por haber pasado en América parte de mi juventud, entendí muy tarde, una vez cumplidos los treinta y solo gracias a Fusun, lo que significaba mirarse a los ojos en un mundo como el nuestro, en el que hombres y mujeres nunca se conocen, ven ni encuentran lejos de la familia…Pero supe apreciar el valor de lo que iba comprendiendo y siempre sentí muy dentro su hondura. Fusun me miraba como las mujeres de las antiguas miniaturas persas o como las de las fotonovelas o las películas de aquellos tiempos. Sentado al bies con respecto a ella, lo que me correspondía no era ver la televisión con la mirada vacía, sino interpretar las miradas de mi bella. Pero poco después de interrumpirse nuestras mutuas miradas quizá porque había descubierto aquel placer mío y quería castigarme, empezaba a apartar los ojos de repente como una jovencita vergonzosa”.

Wednesday, December 23, 2009

No decir...así se configura el futuro

¿No estábamos claros en que la verdad se construía con varios fragmentos, testimonios y también mentiras? Finalmente la sanción a Teleamazonas debería ser un profundo cuestionamiento no solo a la democracia- y por cierto, ya esa palabra está gastadísima- sino a la configuración de la realidad, a los criterios de objetividad, al trabajo periodístico. Si Teleamazonas ha sido sancionado con la suspensión de su transmisión por tres días porque la famosa noticia de Puná recogía un testimonio .según el presidente equivocado-, entonces qué testimonios, de quiénes y en qué medida, pueden ser tomados como fuentes para noticias. ¿No está absolutamente todo en la vida, plagado de exabruptos? ¿No es lícito entonces dar un testimonio con el que la mayoría no concuerde, o basado en la sospecha del error connatural a cualquier acto o pensamiento que se desprenda de lo humano?
Y por supuesto, sin defender a Teleamazonas o a cualquier medio, la censura, hasta en los casos más evidentes de exabrupto, me molesta, porque creo que distorsiona la libertad.
Bastante cercana al anarquismo observo que los caminos de expresión de las personas, cada vez se van limitando. Una vez más el famoso no decir se hará cada vez más presente en nuestra sociedad, ya bastante mutilada por los límites que nos imponen y que nos imponemos.

Sunday, December 20, 2009

El museo de la novela Mirabella

El museo de la inocencia está hecho de todos los objetos que roba, guarda, compra y en otras palabras, colecciona Kemal.
Se trata de una novela sobre la pasión amorosa, que para algunos se llama obsesión, y para otros sencillamente amor. Finalmente, cuando avanzo en el vertiginoso rítmo sicológico del narrador que minuciosamente describe su avatar con Fusum, una joven turca que vive en la Estambul de los años setenta, repienso en el orden de las cosas y de la vida. ¿Será posible tanto amor? ¿Será realmente entrañable la historia que Orhan Pamuk entrega bajo el delicado velo de una gran novela sentimental del siglo XXI? Y sigo leyendo, y creo que yo quisiera escribir algo muy parecido, pero luego pienso que tal vez no quisiera escribirlo si no vivirlo. ¿Qué objetos conformarían mi museo? ¿Qué, de todo lo que he coleccionado o recordado, formaría parte de la galería amorosa de Mirabella Láudano?
Hay pistas, hoy descubrí una de ellas.
Y la historia empieza cuando descubro hace unos años que dibujo con plumillas y que puedo crear unas figuras con caras ingenuas que llaman la atención. Dos de estas obras se subastaron en una colecta pública, pero luego hice una serie más. Una era un regalo que nunca entregué. Me demoré exactamente un mes y medio haciéndola. Cada noche, en la tranquilidad de mi habitación colocaba algún detalle, algún elemento que me permitiera ir terminando la obra. Pero hay obras que jamás se terminan y regalos y cartas y palabras que nunca llegan a sus destinatarios. Hoy reparé en que estos objetos creados o imaginados ocupan un lugar tan poco habitado que tal vez sea bueno dejarlo sin mutar.
Finalmente, mi pequeño e ingenuo dibujo sigue ahí, esperando y aunque tiene dueño, tal vez sea mejor pensarlo como un hermosísimo recuerdo de una fantasía. Una y otra vez recreo que el dibujo llega a su destinatario. Torpemente repito o ensayo lo que creo que tengo que decir. Difusamente vislumbro mi boca diciendo: durante un mes y medio pensé en ti cuando hacía este dibujo. Luego vuelvo a mi realidad, en algún momento abro mi clóset y observo la imagen. Decido que mi museo es mi clóset y el dibujo la pieza fundamental.

Tuesday, December 08, 2009

De Teotihuacán a Tenochtitlan y a la Casa Azul




Mi amiga Laila Lee, o debería hablar de su identidad blogger Eingana the dragon, me pregunta si noté que las esculturas de Quetzacoalt de Teotihuacán todas tienen la lengua bífida hacia afuera. "Es por la sequía, eso me lo dijo Arturo". El susodicho es un guía que la acompañó a ella hasta la misteriosa ciudadela que existió desde el 100 a. de C. y que despareció alrededor del 650 d. C.


Nuestro hotel está en pleno Zócalo, así que tomamos el trolebus o como se llame en Eje central y llegamos hasta la estación Norte de buses. Por solo 33 pesos compramos los boletos hasta Teotihuacán. Desde allí, vemos por más de media hora, la zona o al menos una de las zonas más empobrecidas de la ciudad. Me pregunto si cuando a alguno de sus habitantes se le pregunta dónde viven, contestan que en el DF...


Una hora después empezamos el recorrido en la ciudadela enorme, y en donde no hay ruidos. El contraste es grande respecto al Distrito, de eso que no quepa duda. Cientos de turistas se agolpan ante un enorme soporte de madera. Arriba están los voladores de.... bueno expertos en hacer una caída en espiral haciendo música hasta que tocan la tierra.


Luego, una vez en el circuito desde el templo de la Luna se ve los quetzacoaltes sedientos, bueno eso digo ahora, en ese momento no reparo en el comentario que Eingana me confirma. Lo que sí creo es que si ya estoy allí tengo que subir. Antes, busco el calendario azteca, en plata, y busco y busco, y bueno nunca lo encontré. Mejor dicho nunca encontré lo que quise. Luego Eingana me vuelve a contar que no es un calendario, sino una piedra de sacrificio...Esta es nuestra duda, ¿es una piedra de sacrificio? Todavía no tenemos la respuesta.


Entre los monumentos piramidales hay cactus, hierbas que han crecido en desorden, y que seguramente no estaban desde el principio allí. Es una ciudad, sin duda lo es. Pero la gente se marchó, se fue a buscar el agua que encontró en el valle de lo que hoy es el DF, ahí se fundó Tenochtitlán y lo que fue se reduce hoy al Templo Mayor, al lado de la Catedral, un recinto arqueológico que se puede recorrer y que termina en la visita al Museo.


Durante el recorrido la palabra sacrifico ronda en cada uno de los discursos de los guías o de los turistas que llevan libros explicativos. ¿En realidad eran tan sanguinarios? ¿Será verdad que la única manera de saciar la furia de los dioses era con sangre? mmmm no sé, pero tengo mis dudas.



Y por otro lado, pienso, ¿y si es así? Se trata de una visión cultural tan arraigada en donde la sangre, desde mi perspectiva, es un horror, pero seguro para ellos no era lo que para mí. Mientras pienso esto veo las calaveras agolpadas en una pared del Templo Mayor. Unas catrinas nada graciosas y bastante distantes de las de recuerdo que se compran en los mercados. Es decir catrinas de ha de veras ( ¿se escribe así?)




A las 12 del día ya estamos sobre la pirámide del sol y hace frío. Así que Pequeñín y yo nos sentamos para sentir la energía. Intento concentrarme como si creyera en que estaré energizada por mucho tiempo. Luego, bajo destruida por el esfuerzo, además falta recorrer. Es una especie de peregrinación que termina en una fonda de camino. Creo que este fue el lugar en donde me gustó más la comida.


Ya por la tarde, de regreso a la ciudad y ya por metro llegamos hasta Coyoacán para ver la casa de Frida. Sin duda se trata de un lugar muy apacible, seguro sus vidas allí no lo eran, pero caminar entre las plantas del jardín por el estudio de ella, da esa sensación. Mejor dicho, creo que debe haberse sentido feliz haciendo lo que más le gustaba. No muchas personas tienen esa dicha.


Sunday, December 06, 2009

Una piedra en el camino... me enseñó que...



Domingo seis de diciembre, se termina la fiesta brava de Quito. Yo sigo en México porque tal vez nunca me fui.


La historia empieza cuando tenía siete u ocho años. Mis padres organizan un viaje y zas, allá estamos. Lo más entrañable del viaje, por supuesto, fueron las pirámides, y el recuerdo que más duró fue el sombrero de charro mexicano que mi mamá puso como adorno en mi cuarto. Años después cuando lo quise quitar supe que fui yo quien pidió que me lo compraran. Lo que no sé es si fue en Xochimilco, o si fue en el aeropuerto. A lo largo de mi adolescencia me pasé mirando los álbumes de viaje y particularmente siempre volvía a la foto de mi mamá, de creo yo 35 años junto con mi hermano y conmigo en la pirámide del sol. Cada vez que veía la foto pensaba que tenía que regresar.


Este es el punto de partida porque cuando el jueves pasado subí a la pirámide, exactamente a la misma edad que tenía mi mamá fue extrañamente emocionante, sobre todo porque le puse un mensaje y ella me llamó. No hay coincidencias.




La ciudad del ruido




Mientras viajo en el metro pienso en el ruido. México DF suena a todo: vendedores ambulantes de discos piratas que vienen con sus mochilas y su equipo de sonido para seducirnos con la capacidad de cada disco; góticos, gente dark, punks, y el resto de nosotros, algunos enajenados mentales. Siempre hablando, gritando, moviéndose. Antes de llegar a la parada del Zócalo pienso en el silencio. Me concentro para no perderme en esta vorágine alucinatoria que me recuerda que estoy muy lejos de Guayaquil, más lejos todavía de Quito, en un viaje que ha sido la perfecta conjunción entre la casualidad, la locura, el despecho de uno de mis acompañantes, y por supuesto, el deseo de estar en una verdadera feria del libro. Pero para llegar a Guadalajara faltan algunos días con sus noches.


El Zócalo a las 12 de la noche de un miércoles es un lugar casi deshabitado y si a eso le sumo los años que llevan a cuestas las edificaciones que veo desde el hotel, la sensación es desoladora. Parece que algo se hubiera perdido, como si una pieza faltara en todo este gran engraje virreinal. Cuando amanece distingo el color opaco de la Catedral, la pista de patinaje de hielo que están armando para la Navidad, el palacio de Gobierno, y miles, miles de personas, como pequeñas hormigas locas. Y eso que recién amanece.


Luego, ya más avanzada la mañana me subo a un bus, bastante turístico para ver la ciudad. Ya sé que esos circuitos son artificiales, pero no me importa porque después del agobio del viaje, necesito esa ilusión de la gran ciudad perfecta, llena de historia, de grandes parques, tan arborizada que me hace pensar en los contrastes de mi propia ciudad.


El frío también es otro de los factores que me anula, y he llegado en un mal tiempo, pero como dice el refrán, mi buena cara o la que intento poner me lleva por el Paseo de la Reforma, por Condesa, Polanco, Chapultepec, es decir, todo lo que espero de México. En alguna parada decido que ya toca ir a la ciudad de verdad.


No sé por qué cuando pienso en el DF veo una gran escalera que me lleva hacia el subsuelo. Mucho de lo que ocurre en esta región no se puede ver. Aunque la experiencia de tomar el metro es reveladora. Allá abajo la ciudad no tiene tiempo, ni se ven sus ruinas, ni hace tanto frío. Hace calor en mi vagón porque somos cientos, atortillados, amontonados. La mayoría se baja en Zócalo, Balderas o Allende, pero yo sigo. Mi destino es la Universidad. Tengo curiosidad de ver cómo es, cómo debe ser un recinto de estudio, y sobre todo cómo es la única universidad en un ranking famoso que hace poco apareció publicado. Bueno esta es la primera parte del viaje, ya vendrán las otras... me digo.
La Universidad es enorme. Bastante grande, para recorrerla es necesario antes haberse bajado del metro e ingresado al recinto. Antes de entrar hay mucha ambulantería, muchísima, y no solo aquí, sino en varios parques de la ciudad, en el centro histórico, afuera del recinto arqueológico de Teotihuacán.
Hay varias rutas internas de buses para recorrer la UNAM. A propósito llego temprano para poder deambular por el campus antes de encontrarme con mi querida Yanna Celina...a ella la veo en el Centro Cultural un enorme complejo que alberga un museo de arte contemporáneo, la biblioteca nacional, un cine, una librería, y por supuesto un sector de esculturas entre la vegetación natural de la zona y las rocas volcánicas. "Aquí hacen conciertos de rock", me dice Yanna, y yo vislumbro la oscuridad y a los estudiantes saltando enloquecidos o perdidos por toda la extensión del área haciendo de las suyas...
(continuará)