Sunday, December 06, 2009

Una piedra en el camino... me enseñó que...



Domingo seis de diciembre, se termina la fiesta brava de Quito. Yo sigo en México porque tal vez nunca me fui.


La historia empieza cuando tenía siete u ocho años. Mis padres organizan un viaje y zas, allá estamos. Lo más entrañable del viaje, por supuesto, fueron las pirámides, y el recuerdo que más duró fue el sombrero de charro mexicano que mi mamá puso como adorno en mi cuarto. Años después cuando lo quise quitar supe que fui yo quien pidió que me lo compraran. Lo que no sé es si fue en Xochimilco, o si fue en el aeropuerto. A lo largo de mi adolescencia me pasé mirando los álbumes de viaje y particularmente siempre volvía a la foto de mi mamá, de creo yo 35 años junto con mi hermano y conmigo en la pirámide del sol. Cada vez que veía la foto pensaba que tenía que regresar.


Este es el punto de partida porque cuando el jueves pasado subí a la pirámide, exactamente a la misma edad que tenía mi mamá fue extrañamente emocionante, sobre todo porque le puse un mensaje y ella me llamó. No hay coincidencias.




La ciudad del ruido




Mientras viajo en el metro pienso en el ruido. México DF suena a todo: vendedores ambulantes de discos piratas que vienen con sus mochilas y su equipo de sonido para seducirnos con la capacidad de cada disco; góticos, gente dark, punks, y el resto de nosotros, algunos enajenados mentales. Siempre hablando, gritando, moviéndose. Antes de llegar a la parada del Zócalo pienso en el silencio. Me concentro para no perderme en esta vorágine alucinatoria que me recuerda que estoy muy lejos de Guayaquil, más lejos todavía de Quito, en un viaje que ha sido la perfecta conjunción entre la casualidad, la locura, el despecho de uno de mis acompañantes, y por supuesto, el deseo de estar en una verdadera feria del libro. Pero para llegar a Guadalajara faltan algunos días con sus noches.


El Zócalo a las 12 de la noche de un miércoles es un lugar casi deshabitado y si a eso le sumo los años que llevan a cuestas las edificaciones que veo desde el hotel, la sensación es desoladora. Parece que algo se hubiera perdido, como si una pieza faltara en todo este gran engraje virreinal. Cuando amanece distingo el color opaco de la Catedral, la pista de patinaje de hielo que están armando para la Navidad, el palacio de Gobierno, y miles, miles de personas, como pequeñas hormigas locas. Y eso que recién amanece.


Luego, ya más avanzada la mañana me subo a un bus, bastante turístico para ver la ciudad. Ya sé que esos circuitos son artificiales, pero no me importa porque después del agobio del viaje, necesito esa ilusión de la gran ciudad perfecta, llena de historia, de grandes parques, tan arborizada que me hace pensar en los contrastes de mi propia ciudad.


El frío también es otro de los factores que me anula, y he llegado en un mal tiempo, pero como dice el refrán, mi buena cara o la que intento poner me lleva por el Paseo de la Reforma, por Condesa, Polanco, Chapultepec, es decir, todo lo que espero de México. En alguna parada decido que ya toca ir a la ciudad de verdad.


No sé por qué cuando pienso en el DF veo una gran escalera que me lleva hacia el subsuelo. Mucho de lo que ocurre en esta región no se puede ver. Aunque la experiencia de tomar el metro es reveladora. Allá abajo la ciudad no tiene tiempo, ni se ven sus ruinas, ni hace tanto frío. Hace calor en mi vagón porque somos cientos, atortillados, amontonados. La mayoría se baja en Zócalo, Balderas o Allende, pero yo sigo. Mi destino es la Universidad. Tengo curiosidad de ver cómo es, cómo debe ser un recinto de estudio, y sobre todo cómo es la única universidad en un ranking famoso que hace poco apareció publicado. Bueno esta es la primera parte del viaje, ya vendrán las otras... me digo.
La Universidad es enorme. Bastante grande, para recorrerla es necesario antes haberse bajado del metro e ingresado al recinto. Antes de entrar hay mucha ambulantería, muchísima, y no solo aquí, sino en varios parques de la ciudad, en el centro histórico, afuera del recinto arqueológico de Teotihuacán.
Hay varias rutas internas de buses para recorrer la UNAM. A propósito llego temprano para poder deambular por el campus antes de encontrarme con mi querida Yanna Celina...a ella la veo en el Centro Cultural un enorme complejo que alberga un museo de arte contemporáneo, la biblioteca nacional, un cine, una librería, y por supuesto un sector de esculturas entre la vegetación natural de la zona y las rocas volcánicas. "Aquí hacen conciertos de rock", me dice Yanna, y yo vislumbro la oscuridad y a los estudiantes saltando enloquecidos o perdidos por toda la extensión del área haciendo de las suyas...
(continuará)

3 comments:

  1. México...es tu Rosebud...

    Hasta donde yo sé... NINGUNO de tus acompañantes viajó con decepción :S

    Sigue escribiendo que extraño a la ciudad del ruido, aunque no lo puedas creer...

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  2. Pues que yo sepa los tres habíamos tenido una decepción. Solo que aceptar las realidades es lo más complicado del mundo y también aceptar los puntos de vista de los otros. Ya viene el segundo comment

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  3. Anonymous10:36 AM

    Muy buena crónica, esperamos las entregas que siguen...!
    Yannacelina

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