Thursday, May 07, 2009

Lo que resta del día se diluye entre planes que no se concretan esta noche fresca de mayo. La idea era salir para tomar algo y luego regresar otra vez a La casa. Mimosa.
Esa hubiera sido la mejor manera de terminar un día muy agradable. Amaneció temprano para mí, como todas las mañanas en que no concilio el sueño. Con el primer claro de luz tengo los ojos como platos. Esta madrugada yo pensaba en un amigo que ha sido engañado, y yo misma me preguntaba, por qué si tiene siempre buenas intenciones, por qué si es bondadoso. Pensaba en que ese novio de él no pudo ver lo esencial. La mirada falla o está mal entrenada. Y yo sin dormir, pensando en que el tiempo le pase rápido, cuando sé que en esa situación el tiempo solo se detiene o una no percibe su paso. Luego, literalmente me colé a una reunión en la que alguien hablaría sobre Las cruces sobre el agua. Tenía curiosidad de varias cosas. Algunas totalmente resueltas, otras más confusas que nunca. Tal vez desde arriba las cosas tienen otra perspectiva. Mientras estaba sentada en la esquina de una mesa rectangular, miraba a través del vidrio y la ciudad se veía tan distante y callada. Todo eso entrelazado con las imágenes de la matanza obrera y los cuerpos arrojados al río ese año de 1922. Hay realidades invisibles a los ojos. Sí, eso es cierto, y encima hay miradas que es mejor que no hablen porque si no estaríamos en grandes aprietos.
Estaba complacida del silencio mío. Últimamente me toca hablar tanto, explicar, preguntar, repreguntar, decir, decidir. Era yo una silla más que podía estar como no y no me molestaba para nada. Lo único que hubiera querido era o cercenarme yo misma la cabeza o rebanarme el cuello porque no soportaba la tensión de la mala noche. Por lo demás, fue muy agradable o tal vez complaciente, ver un grupo de personas ajenas al mundo de la lectura, salvo ciertas excepciones, interesadas en una novela tan significativa para mí.
Yo pensaba si de verdad Las cruces llegaría a tocar de alguna u otra manera a estas personas, y si a través de ella la mirada de esa otra realidad se les haría visible.
Me pasó como en película este último año. Específicamente cuando fui a investigar sobre las bibliotecas del Sinab. Recuerdo que le pedí a mi papá que me llevara al Batallón del Suburbio. Me acuerdo de su cara viéndome cruzar la calle y preguntándome por última vez si estaba segura de que quería que me dejara sola allí. Y claro que me iba a quedar sola con o sin su aprobación. Por supuesto no dijo que no lo aprobaba, ya hace mucho que no dice nada porque sabe que no tiene dominio sobre mis decisiones, aunque sabe también que siempre las tomo en cuenta. Y luego descubrir que los famosos Centros Culturales no eran más que sitios para hacinar libros. Sí, lugares en donde el polvo, las telarañas y el tiempo no pasan. Mausoleos. ¿Quién querrá abrir un libro en un sitio como ese? Pero después de salir y ver ese entorno, después de tomar el bus escondiendo la grabadora y el celular, pensé que a quién mierda se le iba a ocurrir tomar un libro ahí si lo primordial es el pedazo de pan que podían llevarse o no a la boca.
Pero así y todo, hasta la soledad se diluye con la lectura. No hay mal que se quede incólume al contacto con los libros, y somos tan poquitos, tan poquitos, que cada encuentro es una felicidad.

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