“…Antes de irme nunca me había puesto ronca ni me había dado cuenta de que el silencio
es ese lugar donde quiero estar”.
De lejos
el mejor libro de Claudia Piñeiro, que deja
de lado el suspense presente en Las viudas de los jueves, Betibú
o Las
grietas de Jara,
y con el que se ha ganado miles de seguidores. En su novena novela, esta escritora nacida en 1960, se instala en una narración instrospectiva, silenciosa, como
el personaje más destacado de esta historia,
que nos deja oir su voz, solo cuando ella considera que es necesario. ¿Pero cómo se narra con silencios, cómo se construye una vida
callada, cómo se escriben cartas silenciosas?
Las respuestas podrían bordear el camino de la soledad, la muerte de una persona que se ha amado, o posiblemente, haciendo evidente la distancia que separa a una madre de un hijo. A ratos, esta mujer, la protagonista de Una suerte pequeña, recuerda otra geografía con todo lo que eso implica: unos mapas de tránsito que en el presente de la narración quieren ser borrados. Pero su voz está ubicada en el silencio. Es desde ahí desde donde reconstruye su vida. Sin amigas, sin familia, sin amor.
Las respuestas podrían bordear el camino de la soledad, la muerte de una persona que se ha amado, o posiblemente, haciendo evidente la distancia que separa a una madre de un hijo. A ratos, esta mujer, la protagonista de Una suerte pequeña, recuerda otra geografía con todo lo que eso implica: unos mapas de tránsito que en el presente de la narración quieren ser borrados. Pero su voz está ubicada en el silencio. Es desde ahí desde donde reconstruye su vida. Sin amigas, sin familia, sin amor.
Una
suerte pequeña es un doble desplazamiento ficcional; por un lado la narradora
despliega búsquedas en su memoria, y por
otro, deambula por las calles de
Temperley, un barrio del conurbano bonaerense, huyendo. ¿Se puede huir para siempre? ¿Se
puede, una misma, borrar de la tierra y reaparecer 20 años después?
Del otro lado del territorio de
la dictadura
A
diferencia de otros relatos de escritores argentinos, en esta novela, la
protagonista no huye del horror de la
dictadura, de sus secuelas, de sus fantasmas, ni tampoco regresa a ese espacio
ya mítico del cono sur en donde todavía susurran los desaparecidos. Es decir,
vuelve, y aunque lo hace, se distancia de uno de los temas más tratados de la literatura
argentina. De este modo, la ruptura que hace Claudia Piñeiro, es profundamente
interesante. Me atrevería a decir que su exploración literaria recién empieza, no sólo por la temática que eligió
para esta última novela sino también por el manejo del lenguaje, en
la construcción de sus personajes que se hacen hondos y en su magnífica simplicidad para contarnos
o recrear diálogos (esta característica, sí, siempre presente en sus obras
pasadas). Sobre todo, en su estilo clásico para mostrarnos lo que,
como lectores, no sabíamos, o poner frente a nosotros
personajes que repentinamente se redescubren y que a propósito de este redescubrimiento
cambian el curso de la historia. Ni para qué nombrar aquí
la purgación, que no podemos evitarnos leyendo Una suerte
pequeña. Pero es aquí en donde esta autora logra incomodarnos y
hacer que pasemos de la diversión a un estado del que tardaremos en
recomponernos.
Un diario, una bitácora, un testimonio, una historia sobre la identidad.
¿Quién es María Elena Pujol, quién es Marilé Lauría, quién es Mary Lohan, quién es Mary, María. Una mujer
desdibujada, dañada pero no rota, dice en algunos momentos la narradora de Una suerte
pequeña. Dice, también, sobre sí misma, que hay muy pocas
certezas. En ese sentido se replantea su propia maternidad y repara en que lo
que muchas mujeres consideran absolutamente inherente a la condición humanofemenina definitivamente
para ella, jamás lo fue. Este personaje de ficción entraría en mi clasificación de lo que yo llamo muñecas averiadas. Esas que
deambulan por las páginas de la literatura despedazadas como La mujer rota de Simone de
Beauvoir, o como Anna Karenina, como Emma Bovary, como la protagonista de La
campana de Cristal de Silvia Plath o cualquier mujer de los cuentos de Jumpha
Lahiri en Tierra desacostumbrada. Muñecas literarias imposibilitadas por nudos
históricos y culturales de los que no pueden escapar. En la novela, no sólo la protagonista tiene un “desperfecto”, su madre, también.
“
¿Es verdad
que tu mamá está loca?”. Pero mi padre dijo que no, y para mí, si él lo decía, así
era. Mi
madre no era loca, pero esa negación no constituía por sí
sola una
explicación suficiente para su comportamiento esquivo. “¿Entonces qué
tiene?,
quise saber. “Tristeza”, contestó
mi padre, “una tristeza que le viene cada
tanto, no siempre está ahí; tu mamá
se acuerda
todos los días, pero acordarse es otra cosa, la tristeza sólo le viene cada tanto”.
La avería o el daño, en este caso, viene de fábrica. Intentar reparar el daño es construir la identidad en
un círculo que no tiene fin. En este
intento, Mary Lohan, decide escribir, aunque señala y reitera que no es
escritora.
Como
paliativo para el tiempo que no se recupera, la protagonista nos permite leer
su Cuaderno de bitácora intervenido y con ello logra credibilidad. Sólo por esta elección, yo pasaría por alto detalles poco verosímiles como la manera en que
conoce a su segunda pareja. Y los paso por alto porque es posible que mi
prejuicio sobre La bondad de los extraños influya en este juicio. Me
quedo con la poética del aprendizaje de Mary Lohan, que es un espejo de la poética de la última novela de Claudia Piñeiro.
“
Tal vez la
felicidad sea algo para lo que no todos estamos preparados. A algunos, cuando
ella acecha, cuando la sentimos cerca, nos da pánico. Y hacemos lo que sea para
encontrar la manera de evitarla, para lograr que se desvíe de nuestro camino justo un
instante antes de que nos toque. Porque el asunto es no saber qué
hacer con la
felicidad, cómo meterla dentro del cuerpo y seguir hacia adelante. Para algunos de
nosotros es el malestar y no la felicidad el hábitat donde podemos vivir”.
Claudia Piñeiro ha escrito también literatura infantil y juvenil.
Edebé publicó Serafín, el escritor y la bruja en 2002 y la editorial Norma, Un ladrón entre nosotros en 2004. Fue
finalista del premio La sonrisa vertical de Tusquets con El secreto de las
rubias en 1991, y entre sus premios está haber recibido el Sor Juana Inés de la Cruz por Las grietas de
Jara en el año 2010.
Otra novelas
Tuya, 2005
Elena sabe 2006
Las viudas de los jueves. Premio
Clarín, 2005.Elena sabe 2006
Betibú 2011
Un comunista en calzoncillos
2013
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