Friday, December 03, 2010

Se puede morir de muchas cosas

Sí. Se puede morir de muchas cosas feas, dolorosas; se puede también tener una muerte soñada y nunca despertar. Se puede tener miedo a morir y no morirse, una sensación por demás angustiante. Se puede morir como la presidenta de Tourvel en Las relaciones peligrosas. Se puede delirar por la espera de la muerte como plantea Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. Y se puede creer que se muere.
Escojo la muerte como en Las relaciones peligrosas. Aún no sé si escojo o finalmente me resigno a que mis muertes sean casi siempre de ese tipo: escasas, y por motivos imaginarios.

Las relaciones peligrosas es una novela epistolar de Choderlos de Laclos, que no es muy leida, pero que, sin embargo, fue la fuente para la inspiración de varios directores de cine, entre ellos, Roger Vadim, Milos Forman y la más popular y reconocida versión de Stephen Frears de 1988, con un elenco sobresaliente: John Malkovich, Glen Close, Michelle Pfeiffer, Uma Thurman...

Curiosamente la traducción al cine de Las amistades peligrosas devino en Las relaciones peligrosas. De la traducción ya no hablaré porque sería necesario otro post, pero sí de las relaciones entre El vizconde Valmont y la marquesa de Merteuil.

Son estos dos una pareja que todo el tiempo maquina la caída de los otros. Los otros, en realidad solo se refieren, primordialmente, a la presidenta de Tourvel que aparentemente es una mujer íntegra y que como tal, constituye una pieza totalmente deseable para la colección de esta pareja, que podría llamarse, Bonnie y Clyde, el dúo dinámico, etc, etc, etc.


La virtud, representada por Tourvel, que es necesario aprehender, algo que va más allá del deseo de tener a una mujer más, se convierte en una motivación poderosa solo que nadie calcula, incluido Valmont, cómo ni de qué manera opera el amor, o el verdader deseo, o el apasionamiento.

Lo que parecía un juego se transforma, como todo, pero nadie repara en que las consecuencias serán fatales. Mortales diría yo. Ahí yace la presidenta de Tourvel acostada en una cama, muriendo de tristeza -hecho totalmente incomprensible para la mayoría- no por amor, sino por haber sucumbido ante la pasíón del vizconde Valmont, que se ha esforzado por mostrarle que no puede amarla.
Sin embargo, Valmont, la ama, y a pesar de esto no puede dejar de ser lo que es: un apostador, un jugador que solamente acepta su estado "enamorado" cuando está agonizando. Las hermosas imágenes del duelo al amanecer contrastan con las escenas amorosas más intensas de su historia con la presidenta de Tourvel. Las palabras poéticas de la novela pasan a la boca de Valmont en la película de Frears de una manera tan poderosa como los gestos y los detalles de esta cinta. "Está más allá de mi control", es lo que repite una y otra vez Valmont a Tourvel. "Está más allá de mi control".
Al menos, el mensajero de Valmont llega a tiempo para decirle a la mujer, que sí, que Valmont la ama. Pero ya es tarde. Para estas cosas y en estos casos siempre es tarde. Tanto tiempo desperdiciado de estos dos amantes...
La presidenta de Tourvel ya no resiste más, lo que parecería a nuestros ojos como una ridiculez, una manera obscena de amar. La consecuencia clara de ese amor, clara y palpable es la muerte. La muerte que podría traducirse como delirio, sin sentido, cese del sufrimiento amoroso.
Y solo la muerte real o simbólica puede detener el sufrimiento. Entonces, no hay mayor suicidio que entrar en una historia, cualquiera que esta fuere, porque el final implica la destrucción de lo poco que queda bienintencionado en un ser humano y según su recorrido e historia propia.
Hay una carga de responsabilidad grande al acercarse a otro ser humano, hay un agudo cuidado que implica preveer las consecuencias para el otro, porque el amor aunque parte del individuo embarga a dos, ya sea que el sujeto que ama sea correspondido o no.
Pero seguimos. Avanzamos. No importa nada más que el deseo. Seguro no es agradable mirar atrás, por eso pasamos las páginas de la novea, no volvemos a ver la película en mucho tiempo, pero cuando lo hacemos inmediatamente, afloran esas emociones que no se han ido, que están aguardantes, que tarde o tempranos nos enfrentarán con una misma.
Sí, definitivamente se puede morir de muchas cosas. Tal vez lo único que nos queda es escoger la muerte que queremos y prepararnos para lo único que no podemos prepararnos o tal vez para aquello que finalmente no tiene sentido.

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