Sunday, October 17, 2010

El último beso

¿Qué se puede decir del final de una historia? ¿Cómo comienza la historia y cómo termina? Dicen que una historia que empieza mal, termina mal. En la literatura puede ser distinto. Si no veamos el arranque de El tiempo entre costuras de María Dueñas, con un inicio que promete y que no termina si no siendo una historia intrascendente. A veces cuando me topo con estos libros, creo que se fantasea un poco con la idea de reescribirlos o no sé si es la obsesión del editor: algo siempre puede quedar mejor cuando pasa por una mano firme, la de él o la de ella. En el caso de la novela de Dueñas, las más de 600 páginas, podrían haber sido 300 bien contadas. Pero como siempre, a propósito de cualquier libro, surgen otros temas, no necesariamente ligados a ellos, pero sí a nuestras vidas.

Salvo la reflexión sobre la vida de las mujeres a principios de los años XX en Guayaquil, durante la última sesión del grupo de lectura.  Finalmente terminamos hablando sobre las abuelas, sobre los secretos de muchas mujeres, sobre vidas inconcebibles a nuestra condición de mujeres contemporáneas, pero que definitivamente, para esas otras mujeres del pasado eran situaciones recurrentes.
Dejo como constancia la posesión de una caja de cartas fechadas entre 1922 y 1924, al parecer años en que duró la relación entre mi bisabuela y un hombre al que mi tío llama El caballero de Industrias. O sea un argentino aventurero que llegó al Ecuador para emprender algunos negocios y cuya vida sigue siendo, aún hoy, un misterio.
Recuerdo conversaciones mantenidas con mi abuela. Su padre siempre estuvo en la punta de la lengua:  mi padre era, mi padre hacía, mi padre, mi padre, mi padre. Las cartas enuncian, en cambio, una relación casi inexistente, mirada desde hoy, pero que puede haber sido una manera de relacionarse en el pasado. Promesas de visitas, de viajes, de estar juntos finalmente. Promesas que jamás llegaron a cuajar. El caballero de industrias desaparecío en las islas canarias y lo único que siguieron recibiendo mi bisabuela y mi abuela fue un jugoso cheque de un desparecido banco francés.
Tenía 15 años cuando mi abuela me regaló las cartas. Las cartas siguen en la misma caja en que las dejé después de leerlas. Hoy en el fondo de un armario. A veces la puerta de este pequeño armario superior se entreabre y yo siento que son las cartas que quieren ser nuevamente leídas. Y en el fondo yo digo que debe ser hora de hacerlo, pero siempre desisto con excusas inventadas que me autoimpongo.
Las historias no se escriben de un momento a otro, se van cocinando, a fuego lento. Por eso cuando alguien me pregunta cuándo escribí tal o cual cosa, yo siempre digo que fue antes de que escribiera la primera palabra.
En algunas ocasiones el comienzo de una historia se detona por hechos de la vida cotidiana. Pero la historia que se cuenta no necesariamente tiene que ver con ese hecho. A lo largo de la vida vamos forjando historias, abrimos puertas y finalmente las cerramos, ya sea proque corroboramos algo que siempre habíamos intuido o porque no se puede mirar hacia el pasado.
Puedo decir, falsamente parodiando a Borges, que le debo a un beso la creación de una nueva obra. La tercera que se empezó a escribir sin que las otras dos hayan visto la luz, aunque la primera está a punto de verla. Un beso que cerró un ciclo, al menos de incertidumbres.

2 comments:

  1. Clara Ayala8:52 AM

    Es posible que las mujeres hilvanemos historias a lo largo de los siglos, como si la una entregase a la siguiente la responsabilidad de volver trascendente lo que aparentemente no lo era. Es la magia que encerramos las mujeres, llamada intuición y que no es más que anticiparnos y alimentar una sola conciencia femenina. Empieza a desempolvarlas y a interpretarlas, seguramente esa era la intención de tu abuela.

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  2. Intuición Clarita, yo solo me atrevo a decir que la intuición era la correcta, pero más allá de eso, la posibilidad de una nueva historia fue el fruto de elegir volver a leer esas cartas.
    Gracias por el comentario

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