El teatro de los afectos es una gran invitación a mirar por la ventana indiscreta. Finalmente el destino de la mirada siempre será una indiscreción. La mirada en el arte, el punto de vista, y el objeto en observación se vuelven múltiples y desenfocados, aún cuando se trata de uno mismo. A mayor desenfoque mayores verdades o más lecturas de la realidad. La obra de Solá Franco que podemos visitar en el Museo Municipal es su propia mirada. Los objetos en observación crean una tensión entre lo social público-hay cuadros de una aristocracia marchita y a ratos decadente; capiteles griegos que se rompen o se resquebrajan- y lo íntimo. Los sujetos y objetos de interés de Solá siempre parten de ese aparente abolengo, pero para hacerlos descender hacia una realidad propia de una clase. A ratos algunas pinturas son orgiásticas y excesivas, como una celebración que está en la cúspide de su momento. A ratos las pinturas son tan íntimas que los espectadores se convierten en voyeurs de esos momentos capturados por la mano de este hombre que miraba a los hombres con absoluta espontaneidad.
Así vamos repansando los retratos de sus hombres, los suyos y en un momento determinado se funden en una sensación muy placentera. Por un lado, entonces, parte de su obra se lamenta y problematiza y otra parte es una clara muestra de su comodidad con la homosexualidad.
Aunque hay un énfasis en mostrar esta faceta que "opaco" su nombre, es memorable la selección de los retratos de las mujeres, que sencillamente son espléndidas, aristocráticamente espléndidas en el sentido griego; mesuradas, un tanto frías, totalmente en el centro, ni apolíneas ni dionisíacas.
Espero poder volver a ver y rever esta muestra, que ha sido tan grata, que me atrevería decir que después de Umbrales, ha sido la más ambiciosa que yo haya visto en Guayaquil.