
¿Y si el amor tuviera una ruta cómo la trazarías? ¿Cuáles serían sus vericuetos? ¿En dónde el punto de partida y en dónde el destino final?
El museo de la inocencia de Orhan Pamuk es la novela más deliciosa que he leído en los últimos tiempos. Si hubiera una sensación humana parecida sería algo así como la sensación que produce el hojaldre mientras se va deshaciendo en la lengua. No es una exageración…
Compré la novela hace un mes, aproximadamente, y no puedo terminarla, y no la termino porque me aterra pensar que después de esa historia ya no me interesará ninguna más. La verdad, me regodeo en la sensación de leer un poquito por la noche y la mañana, y mientras no la leo rememoro lo que he leído, como si fuera una experiencia tan personal, como si estuviera leyendo sobre mí.
De repente, me he sentido profundamente identificada con Kemal el eterno enamorado de Fusun. He sentido que habito el departamento del edificio Compasión, que deambulo por sus corredores y que observo detenidamente las piezas que forman parte del Museo de la Inocencia. De su Museo de la Inocencia.
“Los objetos que nos quedan de los momentos felices guardan con mucha más fidelidad que las personas que nos hicieron vivir esa dicha el placer de su recuerdo, sus colores, sus impresiones táctiles y visuales”
La historia va más o menos así: Kemal tiene una bellísima novia, Sibel. Los dos son turcos que han estudiado fuera de su país y que han regresado a Estambul y están prometidos en matrimonio. Les va bien, la pasan bien, el sexo no es malo y son bastante libres. Tienen dinero, o al menos, Kemal, tiene mucho, y eso, digamos que podría garantizarle ciertas cosas, que en apariencia ya tiene. Pero conoce, o mejor dicho, repara en la existencia de una prima lejana y la convierte, se convierten en amantes durante 42 días, hasta que llega la fecha del compromiso de Kemal.
A partir de este hecho todo el mundo felizmente construido por Kemal y que podría equipararse al de un grupo social, se descoloca. Kemal se compromete con Sibel y no vuelve a ver a Fusun. Ya nada tiene sentido y reconoce que lo que él creyó una simple pasión es otra cosa, algo que desconocía o que por lo menos no siente con la mujer que será, indiscutiblemente, su esposa.
Kemal recorre las calles de Nisantasi buscando rastros que le devuelvan a Fusun, pero no la encuentra, y solamente los objetos y las calles que frecuentaban le dan un poco de sosiego en ese estado que lo embarga, que a ratos parecería que lo destruye o que lo obsesiona.
En un intento de honestidad le cuenta a su novia Sibel su verdad, y ella intenta, por todos los medios, recuperar lo que ha perdido definitivamente.
Mientras el narrador personaje va delineando la ruta posible de Fusun, hay una descripción de los usos sociales de Estambul, de un grupo privilegiado que vive una fiesta perpetua, que de vez en cuando se sorprende con el estallido de una bomba.
Hay saltos de tiempo y finalmente Kemal encuentra a Fusun, por supuesto, no en las condiciones que él espera y es así como un nuevo período de la novela reconstruye esta nueva vida para los dos.
Como mi intención no es contar la historia nuevamente dejo como sugerencia El museo de la inocencia, que es mucho más que una novela de amor, una topografía del amor en los cuerpos, en una ciudad y en la vida.
“De hecho, quizá por haber pasado en América parte de mi juventud, entendí muy tarde, una vez cumplidos los treinta y solo gracias a Fusun, lo que significaba mirarse a los ojos en un mundo como el nuestro, en el que hombres y mujeres nunca se conocen, ven ni encuentran lejos de la familia…Pero supe apreciar el valor de lo que iba comprendiendo y siempre sentí muy dentro su hondura. Fusun me miraba como las mujeres de las antiguas miniaturas persas o como las de las fotonovelas o las películas de aquellos tiempos. Sentado al bies con respecto a ella, lo que me correspondía no era ver la televisión con la mirada vacía, sino interpretar las miradas de mi bella. Pero poco después de interrumpirse nuestras mutuas miradas quizá porque había descubierto aquel placer mío y quería castigarme, empezaba a apartar los ojos de repente como una jovencita vergonzosa”.