
Que el perro es el mejor amigo del hombre, que los perros son leales, que los caballos en algún momento de la historia eran más cercanos a los hombres de lo que hoy lo son los perros. ¿Quién no lo ha escuchado?
Pues anoche pude ver un documental sobre la vida de los pingüinos narrado por Morgan Freeman. En ese mar blanco que es la Antártida, a lo lejos caminan estos simpáticos animalitos, que seguro se convirtieron en mascotas de felpa o peluche, mucho más después de Happy feet. Y sobre todo, cómo no reparar en ellos después de Batman y el pingüino.
La voz del narrador nos cuenta cómo en algún momento toda esa blancura fue vegetación, hasta que hoy casi no tocada por el sol esa latitud de esta tierra enferma tuvo una vida propia. Los protagonistas son estas extrañas aves peces, que van del agua al piso sólido de hielo como si fuera natural. Lentos, en fila, van reuniéndose para guardar el calor que el clima les niega, pero que ellos se encargan de crear en manada.
Todo el proceso de la búsqueda de pareja y luego de la maternidad es completamene inusual. Animales monógamos, que una vez que fecundan a su pareja intercambian roles de canguro. El padre se queda con el huevo de pingüino y lo empolla mientras la madre de marcha durante meses para buscar alimento. Es sorprendente cómo la hembra le pasa el huevo al macho y cómo este lo guarda esperando el retorno de su contraparte femenina.
Una vez que el bebé nace, el padre que no ha comido en meses le entrega de su propia boca una sustancia viscosa que le sirve de primer sustento a la cría, que está indefensa. No todos los padres logran calentar ese futuro bebé. A veces el huevo se cae al hielo, se enfría, se cuartea... es un trabajo titánico, contra la naturaleza. Si la madre no llega a tiempo, el padre deberá abandonar a su cria para buscar su propio alimento. A lo lejos las montañas de hielo son testigos de la marcha de las hembras que apuradas intentan llegar para cumplir con esa nueva vida. Cumplir. Algunas también mueren en el camino.
Animales nobles, definitivamente la naturaleza sabe de ellos y frente a este espectáculo estético del documental, las personas aprendemos lo que es el calor humano y lo que cuesta mantenerlo. Yo, recreo el pingüino de cerámica que me regaló Piedad Matute, mi niñera que es costurera en Milagro. Cuando me mudé de la casa de mis padres dejé ahí su regalo, así que planeo traerlo conmigo otra vez para que cuando lo vea suspendido en un estante recuerde lo que es el verdadero calor de las personas.
Animales feos y entrañables. Tengo que aceptarlo: tengo una debilidad por la fealdad de los pingüinos y sus cuerpos deformes.