Sunday, November 14, 2010

Cine polaco

Llegue tarde al cine polaco y con pena. La cuestión, de todas maneras, es haber llegado, al menos a Mal menor, La pequeña Moscú, y hoy, a las tres: Todo lo que quiero, Rosita y??? Creo que romperé el record de cine continuo en el que justamente estábamos meditando el viernes por la noche luego de ver La vida secreta de las palabras y cuando Space, Muñeca rubia con botas, y Muñeca brava se quejaron porque los boté de mi casa...Y en realidad no los boto, pero el sábado es un día complicado, así que la última alusión que hicimos, al cine, fue que no sabíamos cómo resistíamos tanto tiempo en esas jornadas largas de dos películas. La única conclusión es que no nos quejábamos, ¿y si volviéramos al cine continuo?
Mal menor fue una película prescindible, pero rescato una sencillez narrativa para contar una historia. Creo que después de mis últimas experiencias con el cine ecuatoriano con Rabia y Prometeo, esta película de Janusz Morgenstern me reconcilia con esa estética limpia en donde hay una historia bien contada, que no debe ser necesariamente brillante, pero que merece contarse porque, en el caso de la película, retoma un tiempo problemático en Polonia, recrea una variante más del escritor joven que busca fama, y tiene atisbos sorpresivos como la redención del personaje, que se ha convertido en un impostor, plagiador, y que demuestra, superficialmente, una angustia vivida en un territorio y tiempo determinados.
Y esto que acabo de decir me lleva a reparar en que dije; una historia que merece ser contada. Bueno, tal vez, todo merezca ser contado desde el punto de vista creador, pero desde mi punto de vista como espectadora, hay cosas que merecen no existir. Es una suerte de voluntad destructora que llevamos todos por dentro, o algunas personas debería aclarar, que no encontramos muchos sentidos en ciertas cosas.

Ayer en cambio decidí cambiar literatura por cine y estoy complacida. Sobre todo por salir de la rutina, por la buena compañía, por retomar el gusto por la sala oscura y la pantalla grande y animarme a ver La pequeña Moscú. Cuando llegué a la sala del Maac una mujer estaba cantando en ruso, supongo o tal vez en polaco. Tiene esta actriz o posiblemente su doble de voz un registro mediano, pero sobre todo una mirada que narró casi a la par de la canción su personalidad.
Finalmente en La pequeña Moscú, que narra la historia de la cantante rusa y de un soldado polaco, hay un trasfondo gris de Polonia, pero la temática amorosa es como un rubí sobre un fondo oscuro que nunca deja de brillar por más gastado que esté, aquí, hasta la última imagen que vemos. Si en esta película los personajes no se dijeran nada, el efecto sería el mismo. Otra película bien contada, y que además, tiene este ingrediente musical que se hace indispensable. Y además, ahora me va pareciendo que estas lenguas -polaco y ruso-, son terriblemente sonoras, o mejor dicho, muy agradables al oído.
Ambientada en 1967, La pequeña moscú recrea la historia de una mujer llamada La esclava del amor. En este caso, Vera,  rusa y casada se enamora de un teniente polaco en Polonia.
Waldemar Krzystek, director de la cinta obtuvo un León de Oro en el  Festival de cine de Gdynia en el 2008. Como he dicho en otras ocasiones, no son los premios, nunca son los premios, y en este caso para mí ha sido un reencantamiento con una actividad que había dejado suspensa por algún tiempo, el cine y además todo lo que implica.
Y algo más, hubo público. Al menos ayer, hubo público Alguien me comentó que le gustaba la sala con poca gente. Y es cierto, pero también, que otras personas puedan disfrutar de estos aciertos de cartelera.